Cuando me quedé embarazada de L tuve claro que quería darle el pecho, pero nunca me planteé cuánto duraría mi voluntad de hacerlo. Desde que la tuve en mis brazos defendí la idea de que lactaría todo el tiempo que ambas quisiéramos hacerlo, sin importarme las opiniones ajenas (sobre todo las poco versadas en la materia, que desgraciadamente son el 99%).
Sinceramente, nunca me imaginé que esta lactancia se juntaría con otro embarazo, ni mucho menos con otro bebé… pero así ha sucedido. Y todas las decisiones que he ido tomando han brotado básicamente del instinto, que es por lo que me guío casi siempre desde que soy madre: confío en él. Si mi bebé llora, necesito abrazarle; si mi bebé me llama, necesito acudir; si mi bebé me pide teta, necesito dársela.
Por eso no estaba preparada para todos los sentimientos que me invadieron con la lactancia en tándem, porque eran muy contradictorios respecto a todo lo que había dado por sentado hasta el momento y toda mi experiencia anterior con un solo bebé.
L, con sus dos añitos recién cumplidos, acogió muy bien a su hermana y desde el principio le mostró amor incondicional. Pero eso no significa que no tratara de marcar su territorio, como es lógico, por eso cada vez que N mamaba ella se nos pegaba como una lapa y también pedía su parte. Les di a la vez en unas cuantas ocasiones y enseguida me di cuenta de que aquello no era lo mío… y no por ellas, que se las veía encantadas mirándose la una a la otra, sino por mí, porque me sentía incomodísima, como ortopédica, sin poder moverme de ninguna de las maneras ni hacer absolutamente nada mientras durara la toma doble. Probamos varias posturas… pero no, definitivamente lo de las dos a la vez no me iba, así que decidí que mejor de una en una, lo que implicó poner una condición que había que cumplir sin excusas, al menos las primeras semanas de vida de N: prioridad a la pequeña.
A L le costó acatar la norma, se nos ponía literalmente encima, protestaba y me hacía jugarretas durante las tomas de N. Además, resultó que N era la niña micro: microtomas de diez minutos, microsiestas de veinte, y entre una y otra no daba mucho tiempo a hacer nada más. De vez en cuando se daba la situación de estar L mamando y empezar N a llorar, con lo cual me veía obligada a interrumpir la toma para atender a la peque, con el consecuente berrinche… y berrinche más berrinche no son dos berrinches, es una jaula de grillos de la que quieres escapar y no sabes cómo… sobre todo si la historia sucedía de noche, que era muchas veces. Creo que éste fue el principio del fin: en esos momentos me sentía desbordada, incapaz de atender a mis dos hijas como ellas me demandaban, me sentía frustrada y creía haber tomado decisiones equivocadas… en fin, la maldita culpa una vez más.
Después me he dado cuenta de que estas circunstancias se repiten con o sin teta… es lo que tiene ser dos contra una, no se puede estar a todo. Pero en aquellos primeros meses de bimaternidad, me atormentaba pensando que tendría que haber destetado a L antes y que no había sopesado con objetividad las posibles consecuencias. Las hormonas del posparto, que son muy majas.
Aún encima, tuve la mala suerte de sufrir dos mastitis en el pecho derecho. La primera fue bastante leve, en el cuadrante inferior; drenando el pecho con ayuda de las niñas y masaje local se fue sola. Pero la segunda… uf. La zona más pegada a la axila se me puso durísima, roja y caliente, y además empecé a tener fiebre, temblores, sudores fríos, una total falta de fuerzas y mucho, mucho dolor. Terminé en urgencias y tomando antibióticos durante una semana, y de recuerdo me quedó una perla de leche bastante incómoda, a la que mi ginecóloga restó importancia pero que estuvo ahí amargándome durante meses.
Total, que todo este cóctel de niñas llorando, tetas doloridas, hormonas descontroladas y cansancio infinito me empujaron a ir destetando un poco inconscientemente a L. En cuanto pasó la emoción por la novedad de la hermanita y volvimos todos a la rutina cotidiana, ella retomó sus horarios habituales, que implicaban mamar poco o nada durante el día: sólo al despertarse, antes de la siesta y si se llevaba un disgusto por un croque o una pataleta. Casi sin darme cuenta empecé a evitar las situaciones en las que me pedía: por la mañana me levantaba antes de que ella viniera a nuestra cama, y durante el día la distraía y la mayoría de las veces se olvidaba del tema. Poco a poco ella misma dejó de buscarla.
Pero aún faltaba la piedra de toque de nuestra lactancia: el sueño. L era totalmente dependiente de la teta para conciliar el sueño, y cualquier otra forma de dormirse era impensable y poco fructífera. Desde que se me pasara por la cabeza intentar el destete nocturno (ya os conté aquí cómo deseché la idea por parecerme imposible de realizar sin sufrir una jartá las dos), nunca había vuelto a pensar en ello porque, la verdad sea dicha, era lo más cómodo para todos: unos minutitos enchufada y como un tronco… ¿para qué cambiar el sistema? Pero claro, cuando entra en juego otro bebé y empiezan a despertarse la una a la otra en un bucle sin final, te lo vuelves a pensar.
Entonces empecé (instintivamente y sin meditarlo mucho) a negociar la teta (un término que leí por primera vez en esta entrada de la Mamá Corchea y que para mí fue absolutamente revelador). Pensé que si alteraba mínimamente su rutina de ir a la cama podría significar un gran cambio para todos y ella casi no lo iba a notar… así que le dije que en vez de tomar la teta en la cama justo antes de dormir, la tomaríamos en el sofá después de cenar y antes de lavarse los dientes (que por otro lado tiene mucho más sentido). Y como novedad, antes de apagar la luz leeríamos un cuento (hasta ahora no leíamos cuentos antes de dormir porque la excitaban muchísimo y luego era un suplicio que se relajara otra vez).
Para mi sorpresa, aceptó encantada la propuesta y empezamos a hacerlo así con bastante éxito. Algunos días se quedaba medio frita en el sofá, lo cual era una complicación… otras veces me la pedía igual y acababa dándosela para evitar males mayores, y además el tiempo de dormirse se ha alargado cuantiosamente, un rollo… pero la cuestión es que poco a poco ha dejado de depender de la teta para conciliar el sueño. Aunque no de mí… pero ésa es otra historia.
Las tomas nocturnas no las suprimimos… no hubo huevos. Afortunadamente, ella misma ha empezado a dormir las noches del tirón, con algunos altibajos pero buena media en general, así que esa batalla no he tenido que librarla (¡menos mal! era la peor con diferencia…).
No sabría decir con exactitud en qué punto de todo este proceso empecé a tener una reacción muy negativa cada vez que se acercaba el momento de darle el pecho a L. Por un lado quería seguir dándoselo hasta que ella se destetara espontáneamente, como siempre he deseado que ocurriera… pero no sé por qué de repente quería que lo dejase ya, que no me la pidiera más y punto, y esa especie de ansiedad fue en aumento y me empujó a forzar cada vez más la Operación Teta del Desierto. La sola idea de darle de mamar me causaba un rechazo brutal, y durante las tomas me sentía muy incómoda, incapaz de estar quieta, como si me diera corriente… y me entraban ganas de salir huyendo y eso me generaba mucho malestar porque… ¿por qué me sentía así? L notaba mi desasosiego y eso la ponía triste. Yo no quería verla así, por lo que busqué paliativos a mi propia incomodidad: le pedí que no me agarrara con las manos, y negocié con ella el tiempo de las tomas hasta reducirlo a la mínima expresión… y hasta rozar el ridículo, la verdad.
-Un minuto sólo, ¿eh? … Venga, ya pasó el minuto.
-Quero un poquito máaaas, mamiiii…
-Bueno… pero un minuto sólo, ¿eh?
Terminé apañándomelas para casi eliminar la toma de antes de dormir (prácticamente la única que hacía), con el pretexto de que se la daría sólo si se acababa toda la cena (rompiendo así la regla de oro de no utilizar la teta para castigar o recompensar). Y mientras mamaba, no hacía más que meterle prisa para que acabara rápido e incluso he llegado a hablarle mal, como si estuviera enfadada con ella… y eso es sin duda lo que peor me ha hecho sentir desde que soy madre. Mi dulce cachorrita, ¿qué culpa tendrá ella de mis desórdenes internos? Y yo no entendía nada de mi propio comportamiento y no quería sentir rechazo hacia mi hija, y sobre todo no quería dañarla de ninguna forma ni que ella sufriera ese rechazo. Pero esto… ¿es normal?
Foto-móvil terrible pero que ilustra perfectamente lo que estoy contando.
Caí en la cuenta de que algo me pasaba… me costó, ¿eh? Mamá zombi estuvo demasiado zombi esta vez. No me acuerdo qué puse exactamente en el buscador de San Google, pero lo primero que me salió fue esta entrada del blog Sencillamente Natural, escrita de una forma tan sincera y personal que, aunque el caso no se parece mucho al mío, me vi reflejada y pude respirar tranquila sabiendo que no estoy chiflada y que lo que me pasa es normal: es agitación del amamantamiento (nunca dejas de aprender en este empinado caminito que es la crianza…).
Otro palabro nuevo… una pena no haber encontrado esta información antes, porque tal vez lo habríamos sobrellevado un poquito mejor, al menos yo. Pero no voy a engañarme a mí misma: habríamos llegado al mismo punto, es decir, al destete progresivo, porque saber lo que me sucede no elimina ese instinto primario, esas ganas de cortar ya la lactancia con L… y aunque sea contradictorio para las dos y sea un poco difícil a veces, es lo que me pide el cuerpo y no voy a silenciarlo y a martirizarme. Las cosas han de salir naturalmente y ser motivo de paz y de alegría, no una tortura. Lo que me proporciona paz ahora es destetar a L y continuar con N. Punto pelota, no hay más que decir.
Después de todo este recorrido, puedo confirmar que hemos practicado la lactancia en tándem durante 7 meses y que tras 30 meses de pecho a demanda L está destetada del todo (si se despierta de noche y me pide le doy, pero en el último mes sólo ha pasado una vez). No ha habido destete espontáneo como yo soñaba… y ha habido momentos duros, pero creo que valorando todo en su conjunto hemos conseguido hacerlo despacito, teniendo en cuenta las necesidades de las tres (de N también) y sin grandes disgustos. Hoy por hoy L me dice «Mamá, N quiere teta» y puedo dársela delante de ella sin ningún problema, incluso a la hora de dormir. Ya no hay situaciones tensas, ni angustia, ni remordimientos por mi parte, ni sufrimiento y ansiedad por parte de L. Estamos bien :)
Ahora queda ver qué ocurrirá con N… ¿se repetirá la historia? Si vuelvo a tener agitación del amamantamiento, al menos ya sé lo que es… ¿Volveremos a vivir la lactancia en tándem? Quién sabe… yo, a pesar de los pesares, volvería a intentarlo.